Recientemente elegí estas palabras como punto de partida para una conferencia sobre mi música, parafraseando espontáneamente el comentario que un compañero, compositor e intérprete, había hecho en su conferencia anterior: «No soy un hombre de tono».

En pocas palabras, estas afirmaciones contrarias me parecieron representar dos de los hilos más fundamentales dentro de la vanguardia actual: uno puede centrarse en la extensión de los conjuntos de tonos y en el reexamen de los parámetros tono, intervalo, afinación y tonalidad (vamos, por supuesto, a atrevernos a usar este término); o, alternativamente, se puede descuidar el tono del parámetro (o dicho de manera más abstracta: cualquier evento sónico armónico) a favor de ampliar el alcance de cualquier objeto sónico, parámetro, categoría, etc., capaz de asumir una forma musical, que complementando y/o sustituyendo una contextualización musical inmanente con extramusicales, es decir, correlaciones emanentes.
Sin embargo, las interacciones recíprocas entre estos dos conceptos no solo son posibles sino, de hecho, necesarias.

Matthias S. Krüger

 

Animado, por ejemplo, por el movimiento de Klaus Huber hacia relaciones tonales extendidas y refinadas y sus décadas de investigación compositiva, por la gran tradición de la música espectral francesa centrada en Gérard Grisey y Tristan Murail (cuyas raíces también se encuentran en Giacinto Scelsi), así como por influencias de reflexiones sistemáticas de tonos y realizaciones compositivas más recientes, como por ejemplo, las armonías armónicas de Georg Friedrich Haas, los estudios de entonación de Wolfgang von Schweinitz sobre la Entonación Justa, los experimentos microtonales de Manfred Stahnke, la investigación de Erik Oña sobre los psicoacústicos y electro-acústicos – durante los últimos quince años he estado luchando por una percepción ampliada y modificada del término «intervalo», por la inmediatez armónica y melódica. «¡Soy un hombre de tono!»

“Kambozorg”

 

Los aspectos integrales de la génesis de mi lenguaje musical incluyen las propiedades de la serie de armónicos como columna vertebral del sonido armónico, el unísono de armónicos (es decir, la entonación de armónicos, casi sin golpes armónicos, eliminando así la impresión de tonos simples), la composición de tensiones intrínsecas entre parciales tanto de forma vertical como horizontal, pero también modulación, la estilización de elementos como golpes, vibraciones, aspereza e inarmonía, que finalmente conducen al elemento de sorpresa formal.

A nivel estructural, prefiero las conexiones intrínsecas entre todos los parámetros musicales (que potencialmente culminan en una comprensiva, casi fractal, recursividad de todos los elementos involucrados) sobre una disociación convencional de parámetros; sin embargo, nunca sin aplicar un cierto grado de inconsecuencia que hace que las cosas sean vivas, reales.

Desde mi punto de vista, un lenguaje musical elemental, capaz de transcender una convincente configuración meramente estructural y conceptual, encierra una gran promesa de futuro – un lenguaje, en el que, además de factores como la fragilidad, saturación, diversidad, intermediación, etc, aspectos como la transparencia, rigor y decodificación psico-acústica no son sólo permitidas, sino que se inscriben como condiciones esenciales.